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miércoles, noviembre 26, 2008

La mirada




Un muchacho vivía solo con su padre, ambos tenían una relación extraordinaria y muy especial. El joven pertenecía al equipo de basket de su colegio, no tenía la oportunidad de jugar casi nunca, sin embargo su padre permanecía siempre en las gradas haciéndole compañía. Aunque era el más bajo de la clase cuando comenzó la secundaria e insistía en participar en el equipo de blaoncesto del colegio; su padre siempre le daba orientación y le explicaba claramente que "él no tenía que jugar a baloncesto si no lo deseaba en realidad"... pero el joven amaba el basket, ¡no faltaba a ningún entrenamiento ni partido!, estaba decidido a dar lo mejor de sí, ¡se sentía felizmente comprometido!

Durante su paso por la secundaria lo recordaron como el "calienta-banquillo", debido a que siempre permanecía sentado... su padre con su espíritu luchador, siempre estaba en las gradas, dándole palabras de aliento y el mejor apoyo que hijo alguno podría esperar. Cuando comenzó la Universidad, intentó entrar al equipo de baloncesto, todos estaban seguros de que no lo lograría, pero sin embargo, logro entrar al equipo. El entrenador le dio la noticia, admitiendo que lo había aceptado además de por su entrega en cada uno de los entrenamientos, por el gran entusiasmo que contagiaba a los demás miembros del equipo. La noticia llenó por completo su corazón, corrió al teléfono más cercano y llamó a su padre, quien compartió con él la emoción. Le enviaba en todas las temporadas todas las entradas para que asistiera a los partidos de la Universidad. El joven era muy persistente, nunca faltó a un entrenamiento ni a un partido durante los cuatro años de la Universidad, y nunca tuvo la oportunidad de jugar ningún partido. Era el final de la temporada y justo unos minutos antes que comenzara el primer partido de las eliminatorias, el entrenador le entregó un telegrama. El joven lo tomó y tras leerlo se quedó en silencio. Temblando le dijo al entrenador: "Mi padre murió esta mañana, ¿no hay problema en que falte al entrenamiento de hoy?". El entrenador lo abrazó y le dijo: "Toma el resto de la semana libre, hijo. Y no se te ocurra venir el sábado". Llegó el sábado, y el partido no estaba muy bien, en el tercer cuarto, cuando el equipo tenía 10 puntos de desventaja, el joven entró a los vestuarios y se puso el uniforme y corrió hacia donde estaba el entrenador y su equipo, que estaban impresionados de ver a su luchador compañero de regreso. "Entrenador, por favor, permítame jugar... yo tengo que jugar hoy", imploró el joven. El entrenador pretendió no escucharle, de ninguna manera podía permitir que su peor jugador entrara en el final de las eliminatorias. Pero el joven insistió tanto, que finalmente el entrenador sintió lástima y aceptó: "Bien, hijo, puedes entrar, el campo es todo tuyo". Minutos después el entrenador, el equipo y el público, no podían creer lo que estaban viendo. El pequeño desconocido, que nunca había participado en ningún paritdo, estaba haciendo todo perfectamente bien, nadie podía detenerlo en el campo, corría fácilmente como toda una estrella. Su equipo comenzó a remontar, hasta que empató el partido. En los segundos finales el muchacho interceptó un pase y corrió todo el campo hasta ganar con una bandeja. La gente que estaba en las gradas gritaba emocionada y su equipo lo llevó a hombros por todo el campo. Finalmente cuando todo terminó, el entrenador notó que el joven estaba sentado callado y solo en una esquina, se acercó y le dijo: "Muchacho no puedo creerlo, ¡estuviste fantástico! Dime, ¿cómo lo lograste?". El joven miró al entrenador y le dijo: "Usted sabe que mi padre murió... pero no sabía que mi padre era ciego". El joven hizo una pausa y trató de sonreír. "Mi padre asistió a todos mis partidos, pero hoy era la primera vez que podía verme jugar... y yo quise demostrarle que sí podía hacerlo".



Autor Desconocido - Pillado por la Red

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